La diversidad nos define a nivel fundamental, sin ella no existiría progreso sostenible de la civilización, aún si históricamente fue combustible de atrocidades discriminatorias; como fragmento de la cultura moderna, los videojuegos son especialmente sensibles al tema. Aún se dibujaban con formas burdas y cuadradas hace tres décadas, cuando entre los artesanos del pixel y sus legiones de fanáticos se encendía una inquisidora contienda sobre cuál de los recién concebidos géneros ostentaba mayor relevancia, o cuál juego de cada ramificación tenía más valía. Discusión absurda, pues no hay forma de compararlos sin incurrir en injusticias severas dadas las particularidades de cada uno; es tan irónico como marginar a las manzanas sólo porque toda fruta respetable debe tener color naranja. Esta disyuntiva ha seguido por años, incluso a nuestros días, afortunadamente acarreando benéficos resultados.
En la eterna búsqueda por elegir un campeón, los involucrados en el debate señalaban las cualidades únicas de las propuestas en polémica, exagerando con frecuencia los valores de la ecuación; como ejemplo la diversión instantánea, visceral y sencilla de un FPS, o al contrario, la satisfactoria experiencia de largas sesiones de juego con un RPG, ambos venerados por una facción u otra. Para aquellos prestos a escuchar, que además quisieron ser analíticos, los argumentos fueron una bendición, pues comprendieron que un juego de disparos no tenía que ser una tormenta de balas sin impacto emocional, privado de argumento elaborado y sujeto a confines lineales. Los visionarios entendieron que imbuir las cualidades de un género exitoso en la constitución de otro, sin matar al paciente ni convertirlo en grotesca abominación, tenía el potencial para convertirse en mina de oro. No hace falta buscar demasiado, basta arrojar una mirada a lo que BioWare creó ingeniosamente con Mass Effect.
¿La aniquilación del hardcore?
Tras el reciente surgimiento de los denominados juegos casuales, la disputa se tiñó de más seriedad y carácter universal; inició una inesperada confrontación entre dos sectores de la industria, casual en un extremo y hardcore en el otro, cada uno con figuras clave que pronosticaban la devastación del contrario o incluso de los videojuegos como forma de entretenimiento, si una de ellas continúa evolucionando. Por supuesto las dos posturas están completamente fuera de proporción.
Los títulos para consola no morirán, por lo menos no en un futuro predecible, ni tampoco están sufriendo los estragos del sector casual. Quienes padecen son los desarrolladores y compañías que al mirar su mercado, magistralmente controlado durante años, reconocen la amenaza del competidor que tanto habían menospreciado y relegado, uno cuya pericia le recompensa extraordinarias ganancias a cambio de esfuerzo mínimo. Los clamores agonizantes que se escuchan recientemente en blogs, conferencias y demás foros de opinión son la respuesta natural, casi instintiva de un grupo de la industria intimidado, replicando la actitud de un animal defendiendo su territorio. Pero el peligro es irreal, al contrario, el futuro desarrollo del sector de consolas podría tomar ventaja del actual consumismo casual.
Y es que no hay modo en que los jugadores hardcore se muden permanentemente a la escena casual, al menos no en progresión natural, es incluso absurdo pensar que uno puede remplazar al otro. En inicio la inversión de tiempo requerida difiere, un juego convencional usualmente exige compromiso y el veterano nunca elegirá jugar uno de sus títulos favoritos cuando sólo dispone de cinco minutos libres; preferirá voltear a su dispositivo portátil o teléfono inteligente, y terminar un par de niveles de alguna propuesta casual, sabiendo que será suficiente para exprimir la máxima dosis de diversión. Además, las recompensas son fundamentalmente distintas, hoy un título casual carece de sustancia para ofrecer una experiencia profunda, emocional y significativa. Ciertamente pueden hacerte reír, algunos incluso derramar lágrimas si hay un brillante desarrollador de por medio, pero una vez que se acaba la sesión, el impacto residual es efímero o inexistente, la satisfacción real vuelve a ser válida y vigente una vez reanudas el juego.
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