Desde tiempos inmemoriales el miedo ha sido parte fundamental de la naturaleza humana; nos ha acompañado desde pequeños cuando temíamos a la oscuridad hasta ahora que como adultos nos atemoriza enfrentar nuevos desafíos. Le tenemos miedo a lo diferente, a lo extraño y a lo que no comprendemos, es una emoción tan primitiva y antigua que parece que nunca nos libraremos de sus ataduras, pero hay un punto en el que esa inquietud se convierte en terror absoluto, la ansiedad nos envuelve y hasta el mínimo toque sobre el hombro provoca un escalofrío que recorre todo el cuerpo o ya en casos extremos, nos hace saltar llenos de pánico.
Provocar esa sensación ha sido el objetivo de cineastas durante décadas, y en fechas más recientes, también de desarrolladores de videojuegos que experimentan con su arte diversas formas de envolvernos en experiencias espeluznantes. El género ha pasado de propuestas rudimentarias y pixeladas a conceptos realmente sofisticados en alta definición, que se transforman constantemente para apelar a nuevas audiencias, aunque en el proceso se dice que ha perdido un poco la esencia.
Para los fanáticos del buen terror, dicha situación causa sentimientos encontrados, pues a costa de gráficos más prodigiosos, cada vez son menos los exponentes que ofrecen una buena dosis de sustos. Y es todavía más desafortunado si sabemos que un videojuego de horror ejecutado con maestría es más efectivo que la mejor película o la pieza literaria más aplaudida. No cuesta trabajo darse cuenta de la razón, en cine y literatura eres un simple espectador, y por más fascinante que sea la narrativa, sólo estás mirando la vida de un personaje asolado por monstruos, perseguido por fantasmas o acechado por un asesino serial. En realidad no importa el contexto, ni lo perturbadores de los eventos, al final son perpetrados contra un personaje, no contra el público, aunque hay excepciones.
Los videojuegos te convierten en el protagonista, y aún cuando experimentas las vivencias de alguien más, no es el individuo ficticio quien pelea por su supervivencia, sino tú, y eres también tú quien se esconde en las sombras, esperando pasar desapercibido para esa criatura que te busca frenéticamente. Y es que el entretenimiento del pixel es una excelente herramienta para transmitir miedo gracias a su carácter interactivo, y además, los avances tecnológicos han permitido ambientaciones envolventes y atmósferas que atrapan con su enfoque casi realista, como sucede en el claustrofóbico Metro 2033, o en los sofocantes corredores cósmicos de Dead Space y hasta en la interminable oscuridad de Alan Wake.
Ahora, a diferencia de otros géneros, el de terror no se define por mecánica sino por temática, atmósfera y filosofía de diseño. Irónicamente, a diferencia de otros estilos de juego, si la mecánica está rota, el valor de la experiencia de juego no pierde peso, siempre y cuando la ambientación sea suficientemente terrorífica. De ahí que naciera el concepto survival horror, donde la prioridad de sobrevivir a toda costa se desarrolla en un contexto perturbador. Con la evolución del género se diluyó el componente de terror y se favoreció el de supervivencia al grado del ridículo y dejándonos ante propuestas de acción que de miedo no tienen nada. La válida justificación es que el terror en los videojuegos es un entretenimiento de nicho, sin comparación en popularidad con su homólogo del séptimo arte, y ante esta complicación la industria tiene 2 alternativas: fusionar el recurso del temor y la angustia con otros componentes para hacerlo más atractivo o dejarlo morir, justo como sucedía a mediados de los 90, cuando los títulos de este tipo pasaban desapercibidos y ganaban fama global si conseguían implementar el uso de armas y cierta dosis de acción. Después de todo hasta el primer Resident Evil cometió el crimen de arrebatarle un poco de mérito al horror.
En sus inicios, el concepto de survival horror no tenía lugar en el corazón de la gente, principalmente porque pocos sabían de su existencia. La consecuencia fue un estancamiento de años en el que no había flujo de ideas y en todo caso, las propuestas novedosas no lograban concretarse. Fue hasta que la mancuerna de Resident Evil y Silent Hill aparecieron en escena que el terror se volvió un fenómeno global, y a su vez provocó que cada vez más desarrolladores quisieran arriesgarse. Sin embargo, antes de que este dúo dinámico hiciera su debut, juegos como Alone in the Dark y Sweet Home sentaron las reglas de cómo debía construirse un juego survival horror, estableciendo que de inicio el protagonista debía ser un sujeto común, atrapado en una situación fuera de lo normal, provisto con muy pocos recursos para salir vivo.
En sus épocas primigenias, un verdadero survival horror impedía el uso de armas y limitaba las herramientas a lo verdaderamente indispensable; de esas carencias surgía el ingenio de los acertijos y la novedad de sobrevivir. Con la llegada de Resident Evil comenzó una metamorfosis que cambiaría por completo el futuro del género. El terror psicológico seguía presente, pero no se exploró a fondo sino hasta que cambiamos de milenio, y aparecieron interesantes proyectos como Eternal Darkness: Sanitys Requiem, en el que los errores costaban la cordura de los protagonistas y experimentaban alucinaciones. Con la sofisticación se arrastraron elementos ajenos a la filosofía del horror y dependiendo de la perspectiva, nutrían la experiencia de juego o la alteraban hasta crear un concepto nuevo. Hal-Life fue uno de esos primeros experimentos, idolatrado por su narrativa, por el recuso de ciencia ficción, por involucrar historia significativa en un shooter, pero sobre todo, por su ritmo de espeluznante tensión. A simple vista tales aportaciones parecían herejías, no obstante, desde aquellas épocas quedó demostrado que el survival horror no tenía razón para permanecer en soledad cuando una inyección de frescura lo enriquecía y daba pie a interesantes resultados.
La mecánica, secundaria al principio, pasó a ser la columna vertebral de la evolución del género, y fueron los cambios en este componente los que contribuyeron a construir experiencias más espectaculares, por otro lado, para muchos aficionados al terror también constituyeron una maldición. Por supuesto, la pérdida de esencia no es exclusiva del género y afecta a todo el entretenimiento del pixel, pues a la fecha son pocas las propuestas que se conservan fieles a su primer estilo de juego, y para tratar de sobresalir toman prestados elementos de todo lo existente en el mercado. Así, el survival horror se ha complicando lentamente y pasó de abusar del clásico monstruo de closet a buscar atemorizarnos con toda clase de recursos. El terror psicológico comenzó a valerse de la paranoia, a veces involucrando momentos que disparaban nuestra adrenalina y el gore formó parte del repertorio de herramientas para causar miedo o repulsión. Curiosamente, el ciclo de influencias se cerró cuando la temática de los survival invadió el terreno de otros géneros, dando pie a casos como Dead Space o F.E.A.R. Ambos shooters destacan no por su mecánica, sino por aprovechar oportunamente el aspecto de terror, de otro modo hubieran pasado desapercibidos entre un mar de propuestas genéricas.
Es una ironía que la evolución del survival se haya mantenido constante mientras el interés de la gente se ha diluido con la misma constancia, y no tanto en los números de venta, sino en el ánimo de dedicarle tiempo al survival horror en su forma original. La transformación de la industria, después de todo, es una respuesta a los caprichos de la audiencia, y aunque muchos añoramos experiencias genuinamente terroríficas, el común de la población prefiere algo menos espeluznante, más permisivo en mecánica y con un ritmo más emocionante.
No es ridículo pensar que en algún momento el género de terror, después de vivir 2 décadas, desaparezca rotundamente, pero aunque eso sucediera, ha dejado huella en tan diversas experiencias, que van de acción a RPG, pasando por estrategia y hasta aventura, que el legado persistirá largo rato. Es lamentable que sólo grandes corporativos busquen tener tiempo, dinero y todo tipo de recursos para crear grandes producciones de horror, y en lugar de cultivar ideas estimulantes y novedosas, se limiten a crear festivales de acción. Mientras tanto, los estudios independientes seguirán dando ese necesario respiro de creatividad, construyendo obras maestras como Amnesia: The Dark Descent, aunque como toda historia terrorífica, pueda dar un giro inesperado y tal vez, en algún tiempo, veamos una milagrosa resurrección del género, con una renovada fascinación por parte de la audiencia.
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