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La serie Dragon Ball, específicamente Dragon Ball Z, sigue latente en el corazón de los que fuimos niños durante la década de los 90. Muchos crecimos con ella y es la razón por la que nos iniciamos en el extenso mundo que representa la animación japonesa. Son pocos los animes capaces de perdurar en la memoria de los fans después de tantos años; Dragon Ball Z es uno de ellos y es gracias a su historia, personajes, diseños y característicos combates que, en la actualidad, es posible ver un episodio que probablemente conociste por primera vez hace más de una década y resulte tan gratificante y espectacular como en aquel entonces.
Con eso en mente, Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses es un intento de Toei Animation para dar vida nueva a una saga que concluyó hace cerca de 17 años y que ya tiene sentada una impresionante base de fans a lo largo y ancho del planeta. Se trata de la decimocuarta película basada en el anime y, en palabras de Akira Toriyama, su creador, tiene cabida en el canon oficial de la serie.
En teoría, sucede después de la derrota de Kid Buu y mucho antes de los hechos de Dragon Ball GT. Pero si hay algo que caracteriza a las películas de Dragon Ball Z, incluyendo ésta, es su increíble facilidad para no presentar una adecuada continuidad a la historia acontecida en el anime y el manga. Detalles tan absurdos como por qué Vegeta usa nuevamente la armadura de batalla que abandonó al final de la saga de Cell y cómo el pequeño planeta de Kaio del Norte permanece intacto hasta la extraña cabellera de Krillin y la aparición de Pilaf y sus secuaces después de tantos años de haber permanecido incógnitos, son algunas de las incoherencias del filme. Parecerá exagerado señalarlos, pero restan credibilidad al canon que supuestamente seguiría.
Casi todos los personajes importantes de la serie original están presentes, pero la mayoría salen escasos segundos a cuadro, con uno que otro diálogo (o ninguno). Y aún cuando Gokú es en quien nuevamente carga el peso de salvar a la Tierra, el protagonismo en realidad es el de Bills y Wiss, quienes fungen como antagonistas. Es precisamente por ser completamente nuevos en la saga que los reflectores están enfocados en ellos (principalmente en Bills).
La película, cuya duración aproximada es de 80 minutos, es un deleite visual repleto de colores brillantes y nítidos. El diseño se mantiene apegado al de los capítulos originales de la serie, pero con las evidentes mejoras que permite la tecnología actual. Así, vemos a un Gokú que, en ocasiones, es evidente que fue hecho completamente en computadora, como la mayoría de los escenarios. Estos últimos, por lo general, se introducen con tomas abiertas rendereadas en 3 dimensiones.
Desafortunadamente, siento que no aprovecharon al máximo tales factores técnicos para los combates. En realidad, son pocos los momentos donde hay batallas; y aún cuando Bills a quien se describe como el dios de la destrucción y el antagonista más fuerte en la historia de la franquicia enfrenta un Gokú con una nueva transformación que, francamente, no es espectacular y que supuestamente lo hace más poderoso que todas sus transformaciones pasadas juntas (un dios súper saiyajin), su encuentro carece de elementos asombrosos. Sigo pensando que la batalla más épica que hubo fue contra Freezer.
Uno de los aspectos por destacar de la película es que están de vuelta casi todos los actores de doblaje de la serie original. Es digno de elogiar el trabajo que Diamond Films logró en ese sentido; pues no se limitaron a contactar a Mario Castañeda y a René García para dar nuevamente vida a Gokú y a Vegeta, respectivamente, también lograron que Carlos Segundo (Piccolo), Luis Alfonso Mendoza (Gohan), así como los actores detrás de Bulma, Trunks, Majin Buu, Tien Shinhan, Krillin, Videl y Yamcha, por mencionar algunos, interpretaran los roles con los que se dieron a conocer entre los fans de Dragon Ball.
Cada uno retoma su papel tal cual lo dejó hace 13 años. Su trabajo es impecable y, precisamente porque se trata de las voces con las que crecimos, es imposible no sentir nostalgia cuando, después de tanto tiempo, escuchas un Kame Hame Ha de Gokú o el tono de ira de Vegeta, aunque la prodigiosa Laura Torres (Goten) esté ausente; es como ver un episodio perdido que se grabó hace mucho tiempo y que nunca salió al aire. Me queda claro que el doblaje es fundamental para el éxito de una serie, especialmente de una tan emblemática como Dragon Ball Z; es probable que sin el talento de esos actores la animación nunca hubiera llegado oficialmente a América Latina.
Algo que no me encantó es que la historia, cuyo clímax prácticamente surge de la nada, carece de una temática interesante. Más que mostrar una lucha para salvar a la humanidad, como en su momento sucedió con las sagas de Freezer, Cell y Majin Buu, sentí que lo único que presencié fue una comedia en la que casi todos los personajes hacen comentarios que provocan risa. Lo admito, lancé una que otra carcajada, pero lo cierto es que esta situación me hizo sentir que el filme, efectivamente, es Dragon Ball sólo por sus personajes y no por la trama; un relato que, tal vez, será el parteaguas de una nueva serie (cuando vean la película entenderán por qué).
Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses es una buena animación, pero está lejos de ser la mejor de la franquicia. Para los fans, es posible que, como a mí, no los dejé completamente satisfechos, pero es una excelente oportunidad para que nuevas generaciones conozcan a Gokú y compañía y, sin menospreciar al trabajo de doblaje hecho con Dragon Ball Z: Kai, escuchen a quienes se encargaron de que la serie fuera un éxito comercial en Latinoamérica hace más de 10 años.
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