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Tras casi morir sofocada por conejos desquiciados, la icónica franquicia del francés Michel Ancel regresa con nuevos bríos y frescura incomparable en Rayman Origins, un original intento por revivir los años dorados del género de plataformas que en su encomienda nos brinda una experiencia decorada con momentos creativos de adorable excentricidad, de esa que derrite el gélido corazón de los jugadores más frívolos y estoicos.
Provocativa desde el momento en que enciendes tu consola, la presentación visual clama tu atención con los movimientos rítmicos y cadenciales de Rayman junto a su pandilla de peculiares, por no decir exóticos compañeros. Dibujados magistralmente en colores vibrantes y animaciones detalladas, cada elemento en pantalla te recompensa por la mínima acción o incluso, si eres un simple vouyerista del pixel, con sólo mirar. La labor de Ubisoft Montpellier tras el diseño del juego es más que encomiable, se trata de un trabajo de amor por el concepto que da como resultando un mundo que evoca una pintura en movimiento, cuya paleta cromática entona una melodía de carisma con cada paso dentro del juego.
Tras este envoltorio gráfico que pareciera engañar tu percepción y venderte una experiencia de poco valor, como suele suceder con otras propuestas, se esconde una de las joyas más brillantes del género en los últimos años. Sin poner demasiada atención a la historia, contada del modo más abstracto y contradictoriamente directo, lo de menos es preocuparte por las razones de Rayman para detener a las jocosas fuerzas del inframundo cuando tienes en tus manos una experiencia de juego en extremo sofisticada capaz de divertirte 12 horas continuas sólo con la misión principal y suponiendo que no desees exprimir hasta la última gota de entretenimiento.
Para alcanzar la grandeza Origins se valió de una creativa arquitectura de niveles que obedece a un compás musical, y para mejor evidencia imagina un desierto musical en el que cada interacción con el entorno provoca acordes sonoros, trata de plasmar en tu mente una gélida región con sandías flotando en un vasto océano de ponche de frutas, o simplemente visualiza un mundo infernal con lagos de salsa picante y frijoles atormentados; todos forman parte de una sinfonía de peligros y desafíos en los que se pondrá a prueba tu coordinación rítmica.
Este ritmo se acelera en la recolección obsesiva que impone el juego, pues como en todo exponente del género, debes reunir diversos objetos para seguir avanzando, los más importantes llamados Electoon, redondas y rosadas criaturas que has de liberar de su encarcelamiento, o los Lums, adormiladas luciérnagas musicales que habrás de reunir en cantidades industriales. Lo interesante es que no es lo mismo atravesar el nivel para llegar al final por mera actitud práctica, que tomar cada uno de los seres luminosos del camino posicionados perfectamente a modo de extravagante partitura; si deseas conseguirlos todos será necesario encontrar el ritmo específico del escenario y mover los pies de tu personaje al unísono, en especial cuando aparezcan los King Lum que doblan el valor de sus soberanos incandescentes durante un corto periodo. La tonada puede ser más lenta o rápida en una zona o en otra, pero está siempre presente y encontrarla te mantendrá en una constante coreografía de placenteros saltos, golpes y rebotes, los que nunca serán repetitivos ante la originalidad de cada mundo y los diferentes retos que imponen. De hecho, la configuración del escenario es tan refinada y finamente elaborada que pareciera plena intención del desarrollador causar estímulos virtuales pavlovianos, y es que aún si sabes que puedes terminar el juego con lo estrictamente básico, la sola idea de saber que hay tanto por recolectar en una divertida faena, te seducirá a perfeccionar cada nivel.
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