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Luego de reinventar la franquicia en 2010, Danger Close y Electronic Arts vuelven a apostar por Medal of Honor, ahora con una secuela que supera a su predecesora, al presentar más variedad y profundidad, que sin embargo hace poco por evolucionar un género y una fórmula definitivamente desgastados.
Medal of Honor: Warfighter es un juego de disparos situado en el teatro de operaciones antiterroristas internacional que se distingue de otras propuestas similares por hacer una aproximación relativamente más seria a la vida de un soldado, la camaradería que comparte con sus compañeros y el sufrimiento al cual se exponen tanto él como su familia por el cumplimiento del deber.
En ese sentido, Medal of Honor: Warfighter hace un mejor trabajo que la entrega de 2010, con uno que otro momento que pretende ser emotivo, y si bien no está exento de una buena dosis de acción hollywoodense, es un hecho que hablamos de una experiencia con un matiz más sobrio que Bad Company o el propio Battlefield 3.
Ahora bien, esa solemnidad y ese homenaje a los hombres y mujeres que sirven a su país vienen presentados con una campaña diversa y ramificada en 2 arcos que convergen en la amenaza de una red terrorista global y un explosivo de gran poder (PETN) que supone una amenaza para Estados Unidos y sus aliados. Es aquí donde Medal of Honor: Warfighter se convierte en uno más dentro de los títulos de guerra.
Nos ponemos las botas de los soldados estadounidenses Preacher y Stump, mientras hacen frente a diversas situaciones de riesgo alrededor del globo, como la persecución de un sospechoso en Pakistán, la toma de rehenes por parte de piratas en aguas internacionales, una reunión de extremistas en Filipinas, la captura de un traficante en los Emiratos Árabes y más. Todo con el mismo hilo conductor y conectado con el mismo misterioso y letal personaje: el Clérigo.
En términos de mecánica de juego, prácticamente no encontramos nada nuevo. Quienes hayan probado cualquier título de disparos reciente, especialmente Battlefield 3, se sentirán como en casa desde el primer momento. La campaña es tremendamente lineal, y nos lleva de cobertura en cobertura hasta llegar a ese mágico punto invisible donde los enemigos de pronto dejan de salir o sencillamente se terminan y podemos acceder a la siguiente zona.
Secuencias donde disparamos desde un helicóptero Black Hawk, desde una lancha o incluso tomando las riendas de un robot armado están presentes para cambiar un poco el ritmo. Esto no es nuevo, pero nos llamó la atención un par de niveles donde nos ponemos detrás del volante y pisamos el acelerador a fondo ya sea para huir o para perseguir, destruyendo negocios ambulantes, postes, señalamientos e incluso otros vehículos, en una espectacular demostración de la capacidad del motor Frostbite 2.
Y ya que hablamos de Frostbite 2, hay que enfatizar la excelente presentación visual y sonora en Warfighter. El modo para un solo jugador luce magnífico y se escucha sensacional, igual o incluso mejor que Battlefield 3. La iluminación sobre el agua, las salpicaduras sobre un parabrisas, una casa en llamas que se despedaza poco a poco, una bengala, el tableteo seco de una metralleta, una pistola a la distancia o en la cercanía, todo eso está trabajado con minuciosa atención al detalle y resulta un deleite sensorial que emocionará a los amantes del género.
Aunque claro, con ello vienen ciertas paradojas, por ejemplo concreto destruible que se desintegra paulatinamente ante el fuego enemigo y nos obliga a cambiar de cobertura; maderos o puertas de resistencia sobrenatural que evitan que salgamos de la ruta preestablecida por los desarrolladores. Resulta un poco triste y frustrante no poder aprovechar una oportunidad de flanquear o usar la creatividad apagando ciertas luces, porque simplemente el guión indica que ese material específico no puede dañarse, pero otros sí. Si habláramos de cualquier motor gráfico, quizá nos resignaríamos, pero cuando se trata de Frostbite 2, esperaríamos algo más.
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